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viernes, 29 marzo, 2024

La nueva historia de Marcelo Birmajer: Ciro y los persas

Como el próximo domingo 24 de octubre hago mi show Birmajer se hace cuento en vivo en el teatro Ciudad de las Artes, en Córdoba, el anterior fin de semana largo me fui a ensayar allá con el dúo AndyWilly.

Siempre es un placer caminar por la docta, y aunque de alguna manera, ancestralmente, yo nací en el Mediterráneo, como canta el genial Serrat, no en la mediterránea nuestra de las sierras, de todos modos la gente del acento musical me trata como a un hijo pródigo de regreso.

Un kiosquero me regaló de prepo un agua mineral, que me supo como aquel vaso de agua que me ofreció un peregrino, en Jerusalem, cuando le pregunté el camino a la Ciudad Vieja. En esas ocasiones, me siento, no un ciudadano del mundo, sino de cada una de esas ciudades que visito, y desafío por la positiva el antiguo adagio de mi personaje Elías Borgovo: “no trates de vivir”.

Lo intento como si valiera la pena.

Lorca canta con Paco Ibañez: “Ay, que la muerte me espera, antes de llegar a Córdoba”. A mí me canturrearon que me espera la vida.

No veía las montañas desde ese centro bullicioso y juvenil, con corazón de burrito y fragancia a peperina, pero las intuía como un perro urbano, que lee en braile los relieves de la lontananza.

Salí a caminar y topé con la Feria del Libro: una decena de puestos con ejemplares invitantes. Me puse a cuchichear con libros de todo tipo, tema y color. Abrí con curiosidad las memorias de un autor al que nunca leí pero que nunca me deja de sonar: Ciro Alegría. Bellísimo nombre, bellísimo apellido.

En rigor, esta guirnalda de recuerdos agrupados cronológicamente eran una serie de apuntes autobiográficos recopilados y editados por su viuda, Dora Varona: Mucha suerte con harto palo.

Las semblanzas de la vida del escritor no tienen desperdicio: desde su primaria como alumno nada menos que de César Vallejo -maestro con el cual mantendría una relación entrañable-, hasta su trajinar como profesor en la Cuba batistiana (lugar de nacimiento de su esposa).

De esas viñetas en Santiago de Cuba en los 50 descubrimos que la isla pre Castro era de una vibrante actividad intelectual, que Fidel y sus barbudos achatarían “progresivamente” hasta convertirla en la mazmorra de repetidores del discurso oficial, y disidentes que arriesgan su vida y su libertad por decir la palabra libertad.

Pero, en páginas anteriores, llegando al año 1943, me asaltó la revelación de que Ciro Alegría había rechazado una traducción al alemán que le ofrecía deliberadamente la dictadura nazi. Alegría -nunca mejor puesto un apellido, contra Hitler- le respondía a los criminales alemanes que prefería no ser publicado en ese idioma hasta que no fueran derrotados. Les pronosticaba, a los asesinos nacionalsocialistas, la derrota en la cara.

Quizás no se pueda calibrar hoy exactamente el valor de su arrojo y la enormidad de su conciencia cívica: para un autor que apenas si vivía de sus obras, ser traducido al alemán en ese momento hubiera representado un poderoso aliciente económico. Pero el hombre, Ciro Alegría, eligió su apellido, su dignidad, su hidalguía. Todas esas palabras pudieron haber sido también su apellido en ese instante.

Por supuesto, al nazismo había que arrasarlo con la fuerza de las armas y sepultarlo para siempre en su hedionda tumba, pero hubiera bastado con que cada adulto de Latinoamérica y Europa hubiera tomado la actitud de Ciro Alegría para que la perversa bota germana de los 30 y los 40 nunca hubiera hollado suelo ajeno ni propio.

Fue leer ese párrafo, no más que una página pero interminable como una Biblia, y comprarme el libro. Quise que el derecho de autor llegara al Más Allá, o ver la sonrisa del héroe cuando éste aprendiz que siempre soy, apostara por su talento y su alma inmortal.

Quise que las montañas que no veía, se asociaran en su inmensidad con el espíritu de ese escritor indigenista que murió pobre y honrado. Un hombre que aprovechó uno de los pocos dones que a todos no es dado por igual: la capacidad de decir que no.

También renunció al Apra cuando ese afán político se convirtió en un populismo autoritario, de esos que tan bien conocemos desde el advenimiento del kirchnerismo hasta el actual fascista Aníbal Fernández amedrentando al dibujante Nik por pensar distinto: el mismo ministro de inseguridad que difamó la memoria del asesinado fiscal Nisman.

Ese populismo inquisidor que exilió a millones de venezolanos, asesinó a miles, desapareció a tantos otros y sembró su peste en la Nicaragua de Ortega, siempre lamiendo los turbantes de los teócratas persas de Khomeini. Ese Ciro Alegría que combatió al nazismo frontalmente, con la fuerza de la razón, como la grabada en la frente del Golem de los hebreos, me transmitía desde el rellano de la Historia un mensaje de esperanza.

En la Argentina, en esos mismos años 40 del siglo pasado, Jauretche, el mecenas intelectual del kirchnerismo en general y de Aníbal Fernández en particular, proponía para nuestra patria la neutralidad frente al nazismo.

Hundiéndonos en la ignominia y el espanto, Arturo Jauretche basaba el grueso de su ideario en tenderle alfombra roja, sin resistencia ni protesta, al genocidio de seis millones de judíos, a la destrucción de Europa, a la muerte insensata de más de 50 millones de personas en una guerra declarada por Hitler contra los libres y los inocentes.

¡Qué vergüenza tener al neutral Jauretche por faro redentor! ¡Qué Sendero Luminoso de cobardía y genuflexión! ¡Neutrales frente a los nazis: no hay nada peor, excepto ser nazi!

La cobardía de los intelectuales neutrales frente al nazismo, como Jauretche y sus discípulos, es cobardía al cuadrado: porque les hubiera bastado decir no.

Por suerte tuvimos un Borges, Nuestro Escritor, Nuestro Talento, no la mediocridad de los neutrales con el nazismo y los teócratas persas, que se alzó con su pluma contra la bestia parda; en cuentos y ensayos Borges dejó en alto el honor argentino. Ese es el marco de nuestro pensamiento señero, de nuestra honra intelectual. Borges, una vez más, nos marcó el camino contra los totalitarismos.

Y en esta Argentina del siglo XXI, no es casual que un gobierno kirchnerista que cerró escuelas en todo el país, que el ministro Fernández que amenaza a las escuelas judías con hacer dibujitos de sus instalaciones, que amenaza a los dibujantes y a los libres, que los que difaman la memoria de los fiscales asesinados por cumplir con su labor, pacten con los persas que pusieron dos bombas en nuestro suelo, que planificaron los dos atentados suicidas, el de la Embajada de Israel en Buenos Aires en 1992, y el de la Amia en 1994.

No es casual que absuelvan a los cómplices de los asesinos iraníes, por más que las grabaciones indiscutibles de sus voces denuncien cómo vendieron la sangre de las víctimas masacradas en nuestra ciudad. No es casual, no es perdonable, no es negociable.

Ciro Alegría no necesitaba que la historia lo absolviera: la Historia lo celebra. Y los cómplices de los asesinos iraníes, sea cual sea su cargo, por mucho que celebren su coyuntural impunidad, serán juzgados por la Historia también. No por la sangre de los asesinados que clama al cielo, sino por la voluntad inquebrantable del pueblo argentino, que cifra tres veces en su himno la sagrada llama de la libertad.

WD

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