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lunes, 6 mayo, 2024

Atacar al diferente hasta vencerlo (o no)

La mirada de los otros. Vaya mochila con la que debemos lidiar. Ya lo decía Jean-Paul Sartre: sabernos observados nos quita libertad. No es fácil ser uno, independizarse de esos ojos virtuales que, silenciosos, están ahí.

Tengo algunos recuerdos ínfimos. Hace mucho tiempo viví en una residencia universitaria. Linda, cómoda y hasta hacían la limpieza, pero había siempre una sensación de que uno era escudriñado por el administrador de turno y su troupe. Quién podía ingresar al área de las habitaciones, qué manifestaciones políticas se podían (no) hacer, el permiso necesario para realizar algún cambio. Las reglas pueden agobiar y eso pasaba.

Sensaciones parecidas tuve otras veces. En un viaje debí hacer noche en Moscú por un vuelo que no era directo. El hotel lo pagaba la compañía aérea, cerca del aeropuerto. Me sorprendió -luego supe que era norma en los alojamientos soviéticos- que en cada piso hubiera una mesa con un ¿celador? sentado. Las 24 horas. Yo no tenía nada que ocultar más allá de la ingenuidad de poder aprehender la ciudad en ese corto tiempo. Pero su respiración cada vez que se abría el ascensor del piso me incomodaba, quedaba claro que su tarea era observarnos.

La sociedad de la vigilancia me irrita. Buscar en internet, por ejemplo, la dirección de una escuela, un bar o un club y que el sistema me recuerde que estuve allí hace dos días. O la seguridad privada en los edificios: hay alguien que conoce tus rutinas, con quién ingresás y salís. ¿Eso nos tienta como modelo?

Van estos ejemplos como muestra de que la libertad es espiada de muchas maneras y la tecnología no hace sino ayudar. Pero cuando el problema se centra en el Estado omnipresente -como en el texto de hoy- uno queda demasiado desguarnecido. Con la excusa de defender la Revolución (¿ tantas décadas no cimentaron el apoyo de la gente, acaso?) se mina el alma y el cuerpo de los que sienten y razonan distinto. Pensamiento uniforme, una sociedad con una sola voz, esos parecen ser los ideales. Sólo cabe una reflexión: quien teme tanto es porque está inseguro, se intuye débil en el fondo. Pies de barro, le dicen. Pero pies de barro que generan mucho dolor mientras intentan no hundirse.

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