Hace poco trascendió que los ahorristas argentinos tienen en su poder unos US$200.000 millones. Eso implica que nuestro país posee el 10% del total de dólares que circulan en todo el mundo (y el 20% de los que están fuera de EE.UU.). Por ello, en la Argentina hay más dólares per cápita que en el propio país emisor, Estados Unidos. Mientras tanto, y a la vez, las referencias oficiales afirman que los residentes argentinos son dueños de activos extranjeros por unos US$400.000 millones.
Paradójicamente, es en ese contexto que el país está padeciendo nuevamente “estrechez cambiaria” y numerosos empresarios comienzan a advertirnos sobre dificultades para acceder a importaciones surgidas de la reducción de la oferta de divisas por parte del BCRA. El problema de la Argentina no es la falta de dólares sino la vigencia de un régimen que expulsa del sistema los dólares existentes.
La brecha cambiaria, el cepo, los temores a afecciones al derecho de propiedad, la sobrerregulación generalizada: todo expulsa los dólares del sistema. Somos un país con el récord de 10 defaults acumulados históricamente, que -con 56 casos- es el más denunciado por incumplimientos ante tribunales internacionales del CIADI; tenemos una economía que en más de un tercio funciona en la informalidad y en el ranking “Doing Business” estamos apenas en el lugar 97 del mundo en la categoría “enforcing contracts”.
Esto impacta en diversos ámbitos, y uno es el de las importaciones de bienes y servicios, que son críticas para la actividad económica en cualquier país. En el mundo las importaciones equivalen al 29% del PBI (equivalían al 23% hace 20 años). En Latinoamérica, al 22%. En Argentina representan el 14%.
Las importaciones no solo abastecen con bienes de capital, repuestos, insumos, tecnología, vehículos o energía a la producción, sino que en sí mismas generan actividad en servicios varios. Por eso, cuando la Argentina tuvo altos niveles de crecimiento económico, las importaciones marcaban una participación en la economía mucho mayor.
La Argentina se enfrenta entonces a un trilema: si pretende mantener el sistema de represión de variables económicas que expulsa divisas y sigue monopolizando en el BCRA la oferta de dólares (escasos), no habrá capacidad de atender la necesidad de importaciones para la inversión, la producción y la propia exportación.
Por el contrario, si se busca recuperar la circulación de las divisas del comercio exterior, se debería convalidar cierta convergencia de las cotizaciones con las valoraciones del mercado. Y adicionalmente, si se quiere evitar la fragilidad de la situación general, se deben corregir desequilibrios que requieren decisiones políticas opuestas a las preferencias manifestadas por parte del Gobierno.
Cuatro problemas operan como un cuadrado que oprime la economía: inestabilidad macroeconómica, sobrerregulación que “rigidiza” la actividad de los actores económicos, debilidad institucional que licúa la vigencia de los derechos subjetivos, y la cerrazón económica que desacopla a la Argentina de los progresos mundiales. No es posible esperar una economía de mejor calidad que incluya los límites a las importaciones.
La normalización del acceso a importaciones es un requisito para la revitalización de la economía. Pero ello crea una tremenda incomodidad para al régimen cambiario actual, una amenaza para la desequilibrada macroeconomía y un desafío para el congestivo sistema regulatorio existente. Si el problema es la escasez de dólares, pues hay que advertir que hay dólares disponibles fuera del sistema que requieren otras condiciones para ingresar.
También que hay dólares potenciales a través de las exportaciones: desde que comenzó el siglo, las exportaciones latinoamericanas crecieron 50% más que las argentinas. Si Argentina hubiera acompañado esa tendencia, estarían ingresando hoy al país US$35.000 millones más en un año y hubieran ingresado unos US$200.000 millones más en toda la década.
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